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Posted 04-06-2009 at 11:49 AM by Zrein Comments 0
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GEA ZERO: PRÓLOGO: EL VIAJERO EXTRAVIADO: idea base Red Shadow--> edición y adaptación por Anaclara González


[IMG]http://zrein.aowc.net/user/119757/gallery/GZ%20imvu/kain.png[/IMG]


Prólogo: El viajero Extraviado

Las oscuras nubes avanzaban lentamente movidas por una brisa primaveral, pero su amenazador color rojo sangre era un claro indicio de un peligro inminente y los pájaros fueron los primeros en escapar, sobrevolando los árboles humeantes que se habían tornado negros.

El paisaje había sido transformado en pocas horas: de la humilde villa de Celacres no quedaban más que los cimientos de sus casas de adobe. A esta aldea, a la que la tragedia había marcado para siempre, había llegado un viajero extraviado.

El joven yacía inconsciente en el suelo, y sus cabellos rojos como la sangre se mezclaban con el fango. Iba vestido con una armadura ajustada y liviana, fabricada en un metal negro y flexible, pero resistente. Aquella armadura parecía estar echa por manos de un gran artesano, ya que la decoraban elaboradas piezas de cuero rojo y adornos de plata.

Por su rostro pálido y la sangre que lo salpicaba, cualquiera hubiese dicho que estaba herido de muerte, pues apenas respiraba o se movía. Pero una gota de lluvia fue a caer sobre una de sus mejillas y abrió los ojos lentamente. Permaneció inmóvil durante unos instantes, observando las nubes pasar.
De pronto, un rayo de sol se hizo paso entre las nubes, deslumbrándole. Cuando alzó el brazo para protegerse la vista, se percató de que su mano estaba manchada de sangre. Asustado, intentó reincorporarse, pero tan sólo pudo permanecer sentado. Se sentía inseguro, desorientado y respirabá con rapidez, sin embargo, no sentía dolor alguno.
Pasados unos minuto ya se sentía más tranquilo, y comenzó a observar el entorno: un paraje triste y desolador. Una vez que logró ponerse en pie, observó su armadura con extrañeza, preguntándose qué sería. Acarició el material, de tacto suave, y le dio golpecitos con los nudillos. Emitía un ruido vibrante y armonioso, parecido al sonido del mar.

No sabía dónde estaba ni a dónde debía ir. Empezó a caminar lentamente y se detuvo ante una tinaja resquebrajada. Al agacharse para examinarla, descubrió que albergaba un pequeño recipiente. Lo recogió y prosiguió su marcha, esquivando los escombros dispersos por el terreno.

Al cabo de un rato vislumbró un tenue destello en el suelo. Eran tres monedas de plata se agachó y se detuvo a observarlas durante un momento, las reconocía muy bien.

-Trescientos ayones….- dijo en un susurro.

Apretó con fuerza las monedas en su mano, frunciendo el ceño. Reemprendió su camino, avanzando cada vez más impaciente, pero al pasar junto a un charco se detuvo en seco. No podía creer lo que estaba viendo: el rostro reflejado en el agua le era totalmente desconocido. Boquiabierto, dejó caer el frasco y las monedas al suelo, y se quedó paralizado. Cuando logró sobreponerse, se agachó bruscamente y examinó atentamente la imagen que le devolvía el agua. Esta vez habló con firmeza:

-¿Pero qué me ha pasado? ¿Por qué demonios no me acuerdo de nada?- Se agarró la cabeza, desesperado.

-¿Qué hago yo aquí? – Golpeó el agua con furia, y el reflejo se distorsionó bajo su puño.

-¿Quién… soy… yooo?.- exclamó ahogando un grito desesperado. Durante algún tiempo, permaneció en aquella postura, sin saber qué pensar, sin saber qué hacer. Se serenó y, tras mirar en derredor, comenzó a beber del agua del charco, pues estaba muerto de sed. Después se lavó la cara y, al reincorporarse, se percató de que un olor nauseabundo se cernía sobre el lugar. Hizo una mueca de disgusto y se tapó la nariz y la boca.

Recogió sus escasas pertenencias. Primero guardó las monedas dentro de una bota, y luego tomó el pequeño frasco de cristal en las manos para leer su etiqueta que decía así:

-“Poción curativa: Tomar en caso de debilidad”-
Un chillido animal le sacó de su ensimismamiento, un enjambre de criaturas enormes, aladas y peludas se abalanzaron sobre él. El muchacho salió corriendo para librarse de ellos, pero dada la insistencia de aquellos murciélagos superdesarrollados, no tuvo más remedio que defenderse y arremeterles a golpes hasta derribarlos. Eljoven quedó algo sorprendido por su propia fuerza, no podía creerse que fuera algo natural, quizás tuviese algo que ver aquella extraña armadura con la que se había despertado.
De repente un olor a carne quemada le revolvió el estómago, pero siguió caminando y no muy lejos de allí, vio tres cuerpos tumbados en el suelo: eran una mujer joven y sus dos hijos pequeños, que yacían abrazados y llenos de ceniza. Al muchacho se le escapaban las lágrimas. Los examinó en busca de signos de vida, pero fue inútil. estaban muertos...
Decidió darles sepultura para evitar que los devorasen las bestias. Sin pensárselo dos veces, arrancó un par de ramas secas de un árbol cercano, recogió un trozo de cuerda que encontró por el suelo y las anudó con ella para fabricar una herramienta que, aunque rudimentaria, le permitiera cavar el hoyo donde pudieran reposar para siempre. No fue tarea fácil, pero, tras mucho esfuerzo, finalmente lo logró. Fue dejándolos uno junto al otro en el agujero, y los cubrió hasta que sus cuerpos desaparecieron bajo la tierra. Finalmente, colocó sobre el montículo tres cantos blancos.

Cuando todo terminó, se sentó a contemplar el horizonte, pensativo. Era extraño: durante el entierro había actuado mecánicamente, sin dudar, como guiado por el instinto. ¿A caso habría efectuado aquella operación con anterioridad? ¿Cuántas veces?

Más adelante, encontró otro grupo de cadáveres, pero entonces sí actuó con racionalidad, pues era consciente de que el único que podría hacer algo por aquellas personas en aquel lugar solitario era él. Tal vez habían sido camaradas suyos. Pero, en el momento en que se disponía a darles un humilde enterramiento, sintió cómo se le nublaba la vista y cómo le asaltaban innumerables imágenes, que se sucedían frenéticamente en su memoria: estaba empezando a recordar.

Veía el poblado, el mismo en el que se encontraba, iluminado a la luz de las llamas, por la noche. Los aldeanos corrían desesperados para salvar sus vidas y... una carcajada, una risa tenebrosa que le resultaba terriblemente familiar. Después, hubo un gran destello azul y, tras un silbido penetrante, concluyó su visión. Pestañeó varias veces, extrañado, y se palpó la frente con disgusto: tenía un horrible dolor de cabeza.

-Bueno…- se dijo tristemente- Ya es hora de que descansen en paz.